Mediocridad imperante.
Defendí a una persona dirigente de un banco que por querer ganar dinero rápido (con esos malditos y fugaces instrumentos financieros que ellos mismos comercializan) cayó de la “cuerda floja” que le venía manteniendo.
Muchos años después ha ingresado en prisión con una pena que no supera los tres años y le han denegado -casi un año después desde su ingreso- el primer permiso y el tercer grado, tan anhelados ambos, desde premisas que solo la mediocridad de la política penitenciaria imperante conoce.
Si es una persona que durante todos estos años- diez desde los hechos por los que fue juzgado- ha vivido en libertad, formado una familia, trabajado y no ha huido ¿qué suerte de indigencia intelectual puede alegar, como base de la negativa a que disfrute de permisos o pueda acceder al tercer grado, que no está preparado todavía “para vivir en libertad”?
Así nos luce.